Apagar la cámara y devenir alumno en la presencialidad digital

¿Hay que computarle inasistencia a un estudiante que se loguea al Zoom con la cámara apagada?

Mariano Narodowski
4 min readJun 3, 2021

La pregunta fue de una profesora del nivel secundario planteada en un chat docente. Las respuestas, tanto en el chat como en twitter, se vinculaban a cuestiones administrativas y regulatorias de la burocracia estatal (de la Ciudad de Buenos Aires, en este caso), a cuestiones de conectividad a Internet (anchos de banda y consumo de datos de video), a cuestiones pedagógicas (si el alumno participa aun con la cámara apagada) y a cuestiones morales (si se “debe” computar la falta).

Sin embargo, la pregunta brilla no por su contenido sino por su ausencia. Es una pregunta que refiere a la posibilidad de mantener el esquema analógico de la corporeidad territorial de lo escolar y su esquema de vigilancia y silencio dentro de la presencialidad digital: forzar los límites de la instrucción simultánea de la sala de clase, hasta alcanzar su simulacro perfecto en el streaming

Por un lado, es una pregunta vieja en el sentido de su desplazamiento para formular un antiguo problema pedagógico –los alumnos que no prestan atención- a un entorno completamente disruptivo respecto del añejo orden escolar: podríamos preguntar también, y con el mismo criterio, cómo lograr en zoom que los maestros estén parados y caminen mientras enseñan o cómo comprobar que los alumnos estén efectivamente copiando consignas o que “no conversen con el compañero”, en este caso usando otra aplicación paralela al del zoom. También, por qué no, podríamos demandar al Zoom que reproduzca el frío en invierno, el ruido de otros alumnos jugando o gritando, los olores, los portazos, los timbres, los estudiantes del salón de clase vecino que viene a pedir prestado un borrador y así cien cosas más. Sin embargo, no lo hacemos: la nostalgia será selectiva o no será nada

Por otro lado, la pregunta evidencia la ilusión de control de la voluntad racional del educador respecto de todo lo que sucede en la sala de clases de la presencialidad analógica. En efecto, desde la Conduite des écoles chrétiennes de Jean Baptiste de La Salle (1705), esa instrucción simultánea se representa como una cuadrícula panópitica capaz de conformar docilidad en los cuerpos atrapados en cada pupitre: la mirada vigilante del docente como disciplinadora pero también, para su versión actual pedagógicamente correcta, empática, promovedora de la participación, facilitadora, comprensiva.

Se trata de la ilusión de la ilusión. Es cierto que el funcionamiento de la tecnología escolar ha sido eficaz, especialmente en su fase de acumulación originaria, en su época de oro. Y aun en esos momentos, ni hablar en la actual fase de razón de mercado, el acople disciplinario no era total y existían grietas que fugaban, por ejemplo, a mecanismos de simulación de los alumnos que actuaban la conexión pero estaban apagados; decían que sí con la cabeza y no con el corazón, como escribía el poeta. Yo apagaba mi cámara en el secundario del Mariano Acosta, en muchas materias, allá a finales de la década de los setenta. ¿Ustedes no?

¿Puede algún docente decirme que nunca apagó su cámara en tiempos prepandémicos de presencialidad analógica? Yo me hago cargo de mis mode off y de los muchos que observé en otros docentes. Piloto automático. Power-point repetido por enésima vez. Sin pensar lo que se dice. Sin mirar a los alumnos. Esperando el recreo o la salida. Mirando disimuladamente la hora. Dando trabajito en grupo para que el tiempo pase. Etcétera

A diferencia del entorno analógico, apagar la cámara resulta la acción soberana de devenir alumno en la presencialidad digital.

Obviamente no sabemos qué hacer con ello en gran medida porque las plataformas digitales son muy limitadas, precarias, primitivas, para resolver este tipo de problemas. Damián D´Onia planteó, muy atinadamente desde su lugar de informático, que sería bueno que las plataformas permitieran sólo al docente ver a todos y el resto sólo ve al que habla en ese momento más el docente. Se le podría agregar a eso un software de inteligencia artificial para reconocimiento fácil e identificar a los desatentos para llamarlos al orden y también evaluar cuándo fue el momento en que los alumnos más se interesaron para así, en la siguiente clase, aumentar la productividad del docente. Ahí sí, ya muy cerca de la automatización del profesor, los nostálgicos del cara a cara no tendrían argumentos para oponerse. Paradojas

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